jueves, 18 de abril de 2013

En boca de los medios: el caso de Marcela


*María Florencia Actis
Cobertura semanal: La Nación; Clarín.
Una estructura frecuente de los crímenes de género es que, a modo de contienda, el agresor busca desprestigiar el papel de autoridad de un adversario personal específico –y/o político- a través de la violencia perpetrada contra la integridad de la/s mujer/es que tiene bajo su tutela, directa o indirectamente. Se trata de la reivindicación y reafirmación viril propia ante el conjunto social, no menos gobernado por varones que por una mirada masculina. En este sentido, el cuerpo femenino resulta más eficiente como insumo para lograrlo que el cuerpo masculino; se trata de un lenguaje y un código sociocultural (Rita Segato).
Esta semana, una nuevo hecho de violencia machista traducido a noticia en clave de problemas de pareja. Marcela Márquez, de 46 años, fue brutalmente golpeada por Walter Marcelo Ciumina, de 21. La cobertura, escrupulosa, no se aventura en la reconstrucción de una historia, posiblemente marcada por la violencia en otra escala y mecanismos de menor valor mercantil. La Nación es telegráfico: “fue violada, golpeada y permanece internada en estado grave”. Sobre la víctima, no presenta más descripción que su estado de salud. Sobre el victimario; nombre, edad, situación penal y antecedente laboral destacando en el título su condición de ex convicto. Clarín aporta más elementos sobre la identidad de los/as involucrados/as, y datos contextuales del crimen. Además, La Nación asevera (e incluye en su titular) lo que Clarín conjetura mediante el testimonio de fuentes oficiales; “los investigadores ahora deben analizar si la mujer además fue violada, algo que hasta el momento no pudo corroborarse”.
La violación como anexo a un crimen físico “de mayor envergadura”, en este caso una golpiza mortífera. La violencia sexual no es considerada un arma como cualquier otra; nunca adquiere por sí sola rango noticiable, si no  compromete  instituciones sociales por fuera de la familia y se encuadre en  otras causas de  mayor impacto como “trata de persona”, “violaciones seriales”, etc. Las imprecisiones para determinar el “grado de consentimiento” de la mujer,  retardan las investigaciones en este sentido y parecieran conceptualizarlas como de segundo orden. La concepción y el ejercicio de la sexualidad heteronormativa occidental, que propone para las mujeres la pasividad erótica y la dependencia del deseo masculino, permite distintos niveles de tolerancia y relativismos sobre las causas y condenas cuando se trata de violencia sexual, entendida aquí no sólo como acceso genital, sino como “cualquier acción que implique la vulneración en todas sus formas del derecho de la mujer de decidir voluntariamente acerca de su vida sexual o reproductiva a través de amenazas, coerción, uso de la fuerza o intimidación” (ley 26.485).
La falta de seriedad y entidad en cuanto a la violencia sexual por parte de los medios analizados, da la pauta de que es visto, tratado y jerarquizado como un suceso aleatorio, casi por ser el medio de uso y abuso del cuerpo un suceso universal, cotidianizado, existente en todas las sociedades. Ningún vecindario exigiría justicia por una mujer violada en el seno de su matrimonio.
Alejada de una perspectiva de género trasversal que reconozca estrategias de poder en los diferentes planos de la vida pública, el criterio de clasificación, de aplicación mecánica, es el carácter “criminalístico” del hecho y por ello, su ubicación en la sección Seguridad, en el caso de La Nación, y Ciudad, en el de Clarín –aunque la impronta en el vocabulario utilizado, le adjudica el trillado acento policíaco y se destaca el pedido del barrio por “mayor seguridad”.

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