jueves, 21 de junio de 2012

Pasión, crimen y emoción violenta como reproducción de la impunidad: la justificación del femicidio de Wanda Taddei


*Lic. Ma. Belén Rosales, Coordinadora del Observatorio de Comunicación y género (FPyCS, UNLP)
Eduardo Vázquez, ex baterista de la banda Callejeros, fue condenado a 18 años de prisión por el homicidio de su ex mujer, Wanda Taddei. Si bien el fiscal Oscar Ciruzzi y el abogado querellante Leonardo Rombolá habían pedido prisión perpetua, el tribunal oral número 20 le aplicó la pena atenuada por considerar que actuó bajo "emoción violenta". Este concepto jurídico se analoga  a “la pasión” que lleva a matar, así el hecho es más tolerable para la sociedad, es decir, es más tolerable el discurso que busca esconder esta violencia.

El acto violento “pasional” expresa la presunción de legitimidad de quien lo ejerce. La cultura refuerza esta violencia como algo natural, hay un refuerzo permanente de imágenes, enfoques, explicaciones que legitiman la violencia, estamos ante una violencia ilegal pero legítima, esta es una de las claves del feminicidio.
Desde que se conoció el ataque a Wanda Taddei, que tuvo especial relevancia no sólo por la gravedad de su agresión sino porque se trataba de la esposa del ex baterista del grupo Callejeros, los casos de mujeres muertas de la misma forma comenzaron a colmar las páginas de los diarios. En lo que va de este año, hubo 11 muertes y otros 26 ataques a mujeres de la misma forma que Wanda Taddei.
En 2011, de acuerdo a la Casa del Encuentro - que utiliza los registros del Observatorio- las muertes después de una pelea fuerte que incluyó rociar a la mujer con alcohol y prenderla fuego fueron 29.
En principio, para comparar el antes y el después, lo único que se sabe es que tras la muerte de Wanda este tipo de ataques tuvieron otra trascendencia en los medios y en dos años se publicaron 51 casos.
La metodología del incineramiento para borrar las huellas del crimen y dejar marcas imborrables en el cuerpo de la mujer hablan del poder y el dominio masculino sobre las víctimas. En este sentido, Rita Segato  (2003)  afirma que “en las marcas inscriptas en estos cuerpos los perpetradores publican su capacidad de dominio irrestricto y totalitario sobre la localidad, ante sus pares, ante la población local y ante los agentes del Estado, que son inermes o cómplices.”
En la Argentina no existe aún ningún registro sobre la cantidad de mujeres que, por año, en todo el país mueren víctimas de la violencia de género, y mucho menos como consecuencia de su peor manifestación: rociadas con alcohol y prendidas fuego.
Antes de Wanda, este tipo de hechos representaban cinco o seis noticias en el año, según un conteo  del Observatorio de Femicidios Adriana Marisel Zambrano, la única ONG que trata de cuantificar la violencia de género.
Lo mismo ocurre con las denuncias de violencia de género. Año a año crecen pero aún se conoce si efectivamente hay más hechos o si hay más mujeres que se animan a denunciar.
El caso de Wanda fue un disparador para que otros hombres violentos imitaran el accionar de Eduardo Vázquez al mantener una pelea con sus parejas, en la idea del “crimen perfecto” esto es “de quemar para borrar las huellas”. Como Vásquez estuvo libre al principio, en algunos hombres violentos quedó la sensación de impunidad.
Los casos de mujeres quemadas e incineradas, encierran bajo la metáfora de “la persecución de brujas quemadas en la hoguera” los motivos que llevaron a que esta conducta se convirtiera en un modo habitual de exterminar a las mujeres. En la Edad Media eran acusadas de transgredir las normas religiosas. Hoy los móviles se encuentran siguiendo a Rita Segato en  la infracción femenina a las dos leyes del patriarcado: “la norma del control o posesión sobre el cuerpo femenino y la norma de la superioridad masculina”. Así se configura el miedo, la inseguridad psicológica y física,  la imposibilidad del ejercicio de la igualdad y de la libertad.

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